Te conocimos un día de mayo, durante nuestra niñez tumbados en la cama quizás, cuando la fiebre de una gripe mal cuidada, o el tedio de los juegos infantiles te presentaron ante nuestras mentes. Nuestros ojos se abrían lentamente mientras nos íbamos identificando con tu manera de percibir el mundo, soñamos tus fantasías, reímos con tus alegrías y botamos lágrimas al comprender lo que tu llamaste triste.
Al paso de los años creímos conocerte. A veces por una foto tuya recortada de la prensa, a veces por un papel con tus palabras transcritas pegadas en un muro de nuestra habitación, en ambos casos enmarcadas por un trozo de papel construcción negro. Conocíamos tus ideas a cabalidad, y nos era fácil discriminarlas de algún impostor que quisiera opacarte. Hablamos de ti todos los días en nuestras conversaciones, aun pareciendo tediosos ante nuestros interlocutores.
Un día encendimos el televisor y pudimos ver a un anciano que hablaba como tú. Nuestros ojos se abrieron como la primera vez al reconocer en aquel hombre de edad avanzada, nuestro héroe de la niñez, el mismo del recorte de prensa ahora amarillo que todavía estaba a lado del mueble de la ropa. Pudimos ver lo que es ser un ser humano, pues más allá de la imagen que teníamos de tu persona, nos acercamos a tus pies para ver que caminaban en la misma tierra que los nuestros, que tu cabello también se decoloraba con el paso del tiempo, eras un ser humano como nosotros con aciertos y desaciertos. Vimos que tu pensamiento había modificado un poco, pero estaba más maduro como tu, como nosotros, tan cimentado como los cedros que adornan el parque de nuestros pueblos. Ahora sabemos más que nunca que eres como todos, y como pocos. Ahora sabemos que nos sirves no solo como icono, sino también como inspiración. Ahora sabemos que vives, lo estés o no, en esa llama endorfínica que nos hace seguir nuestros ideales todos los días.
Al paso de los años creímos conocerte. A veces por una foto tuya recortada de la prensa, a veces por un papel con tus palabras transcritas pegadas en un muro de nuestra habitación, en ambos casos enmarcadas por un trozo de papel construcción negro. Conocíamos tus ideas a cabalidad, y nos era fácil discriminarlas de algún impostor que quisiera opacarte. Hablamos de ti todos los días en nuestras conversaciones, aun pareciendo tediosos ante nuestros interlocutores.
Un día encendimos el televisor y pudimos ver a un anciano que hablaba como tú. Nuestros ojos se abrieron como la primera vez al reconocer en aquel hombre de edad avanzada, nuestro héroe de la niñez, el mismo del recorte de prensa ahora amarillo que todavía estaba a lado del mueble de la ropa. Pudimos ver lo que es ser un ser humano, pues más allá de la imagen que teníamos de tu persona, nos acercamos a tus pies para ver que caminaban en la misma tierra que los nuestros, que tu cabello también se decoloraba con el paso del tiempo, eras un ser humano como nosotros con aciertos y desaciertos. Vimos que tu pensamiento había modificado un poco, pero estaba más maduro como tu, como nosotros, tan cimentado como los cedros que adornan el parque de nuestros pueblos. Ahora sabemos más que nunca que eres como todos, y como pocos. Ahora sabemos que nos sirves no solo como icono, sino también como inspiración. Ahora sabemos que vives, lo estés o no, en esa llama endorfínica que nos hace seguir nuestros ideales todos los días.
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