jueves, 28 de octubre de 2010

La espera...

Abrió su libro de embrujos. Las letras bailaban cha-cha-chá. Se deslizaba por fuera de ese antiguo libro con olor a termita. Intentó tomarlas por las manos, y algunas saltaban gloriosas por todo su cuerpo, picándole toda la piel. Un erizaje, un escalofrío del cuello hasta la sonrisa. El cuarto oscuro le traía recuerdos de la infancia, cuando el poder desvanecer las cosas era solo una ilusión. Qué importaba todo, si las letras estaban ahí recorriendo sus sentidos, su mente, y le puyaban tanto la piel, que iban llegando a su corazón... y creo que eso lo atemorizó. (No se bien que fue, nunca me lo dijo). De pronto un estruendoso sonido de relojes en vaivén. Y sin pensarlo mucho, agitó sus brazos con fuerza, (creyó que hacía lo que debía) y se sacudió las letras, ellas lucharon por mantenerse, les gustaba su piel... era tibia. Se curó los piquetes con alcohol. Abandonó la postura de flor de loto. Cerró el libro, ahora en blanco, por causa suya. Algunos testigos me dijeron que las letras pasaron días, sentadas, desconcertadas, en shock sin entenderlo. Volteando con ilusión cuando se abría la puerta verde, y suspirando cuando se cerraba y todo quedaba gris. Cuando sus ojos me lo contaron todo, yo corrí y sujete con fuerzas un cofre en donde deposité todas las letras. A algunas les dediqué horas de terapias catárticas. 
No le he visto ya. Un día solamente me lo topé, pálido como el fantasma de una mariposa. Sus manos parecían emanar fuego todavía... pero no como lo que fue. Aún quedan muchas letras progéricas, que me preguntan por él o cuentan como mito la historia de ese ser de una galaxia lejana, salida quizá del otro pecho de Hera sin que ella se diera cuenta. A pesar de que les miento y les pido que agiten sus brazos para despedirse, lo siguen esperando, pues me dicen que solo sus ojos las alimentan.

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