La flauta no parece un instrumento normal. Tiene tantos sonidos dulces y tantos gritos amargos que parece más bien una oración a dioses desconocidos. Emergen de su interior una fila de colores, a manera de un arcoíris estirado, moviendose al compás de la música. Algunos le llama alucinaciones esquizofrénicas, a otros simplemente les parece agradable.
A veces hace mucho frío, y se forman hermosas gotas de rocío. Su belleza reside en la hoja del árbol, o en la punta de un pétalo de flor, cuando roba un poco de su colorida perfección. Entonces se despide, de su tierna y perfecta redondez inundando de humedad su camino, y llega a formar parte de un charco de agua o de la tierra que la absorbe, acabando así con su genial hermosura.
Luego de que la flauta expira melodiosas armonías, estas se funden en el viento del silencio, con ese humo vaporoso proveniente del alma del difunto rocío. Y así, simultanea mente este tipo de elementos conmovedores nacen, crecen, se expanden, y mueren en el recuerdo de alguien, cuando la memoria inmediata se difumina. En cuanto a alguien se le ocurre que por ejemplo, a aquel legendario árbol no le importa si alguien sabe que cae en medio del bosque, el quiere caer de forma pacífica, poética... original, con estilo tal vez, aunque nadie lo sepa o pueda llegar a apreciar su pintoresca y penosa caída, el caerá sobre un montón de selva a pesar de eso. Y entonces la gota de rocío y las notas coloridas desaparecen y vuelven a aparecer.